domingo, 29 de mayo de 2011

Mi pequeña gran caída (primera parte)

Todo empezó la noche del tres de febrero. De madrugada.
Estaba con mi chica, hablando y fumándonos un cigarro tranquilamente. Comencé a sentir frío, a tiritar! Y decidí que era hora de volver a casa, hacerme un cola cao calentito y meterme en la cama... Podía haber cogido algo de frío...
Recuerdo haberme dormido entre tiritonas... con un pijama y una sudadera, una manta y el nórdico. Exagerado. Me desperté empapada en sudor; tuve que cambiar las sábanas. Pero no le di mayor importancia puesto que al día siguiente todo transcurrió con normalidad y yo seguía estando sana como una manzana.
Ese episodio se repetiría varias veces más a lo largo del mes de febrero; y alguna que otra vez más en el de marzo. Pero abril no cedió tanto. Hasta que, no sé si más cansada o asustada, decidí hacerle caso a mi madre y a mi novia y me dejé llevar a urgencias; al Ruiz de Alda. La tarde del día de San Marcos.
No recuerdo bien si pasamos 11 o 12 horas allí; entre analíticas, rayos, electros, sustos y esperas confusas.
"No sé cómo decirte esto sin alarmarte... pero puede ser desde un simple cuadro viral hasta un cáncer en la sangre... estamos a la espera del hematólogo para que vea tu sangre en directo porque hay algo que no es normal".
Creo que no podré olvidar ese momento en mi vida.
Cuatro horas de locura, de desesperación, de angustia... Para seguir en manos de un equipo médico que alucinaba con mi analítica y más que buscar el problema se recreaban con algo que nunca habían visto. Carne fresca...
Ese día creo que me sacaron de 9 a 10 botes de sangre. No sé cómo salí de allí de pie.
Nos fuímos cerca de las 3 de la mañana sin saber a ciencia cierta qué me estaba pasando.
"Síndrome mononucleósico", leí en el informe.
Dos días después, mi médico de cabecera me confirmaba que la mononucleosis no tenía tratamiento y que sólo me quedaba resignarme y pasarla. Paracetamol, nolotil, ibuprofeno y, sobre todo, omeprazol para tanta bomba gástrica.
Mi madre, que es una santa y esto lo digo de corazón, no conforme con esa locura de diagnósticos sin más precedente que mis fiebres y mis noches en vela decidió llevarme a un médico privado muy famoso por su perfil homeopático -cosa que a mi me daba cierta confianza por lo que accedí sin más historia-. Este buen hombre me hizo una ecografía y...sorpresa! Esplenomegalia, es decir, un bazo muuuuuy grande. Esto no hizo si no confirmar aquello de la mononucleosis. Así que "Tamara, a sufrirla, campeona...".
Pasados 3 o 4 días de aquello y en vista de que mis fiebres eran más continuas y más agresivas, mi madre y mi chica en complot me hacen chantaje semi emocional y vuelvo a urgencias. Esta vez la espera no fue tan dolorosa; entre otras cosas porque después de la primera analítica me subieron a una silla de ruedas y me metieron en observación; rodeada de gente mayor, la mayoría más allí que aquí, con mi paracetamol intravenoso para bajar la fiebre y solita, que a mi madre no la dejaron entrar. Horas después de vivir aquel infierno blanco y verde, una médico muy alegre me dió la gran noticia de que me iban a transfundir sangre y además me iban a dejar ingresada. Mi nivel de hemoglobina estaba a 5,8 y lo normal era 12.
"No sé cómo te mantienes en pie", me decía constantemente.
Un litro de sangre después, vino una hematóloga a decirme que el lunes me harían una punción medular porque mi sangre era "rara" y querían descartar un linfoma.
"Un linfoma... qué mal suena eso", pensé yo...
Está bien la cosa... de sufrir una mononucleosis católicamente en mi casa a ingresarme en un hospital para descartarme un cáncer. Cuánta ilusión; estaba desbordada. Pero tenía que mantenerme entera. Cómo le explico yo a mi madre que me quieren descartar un cáncer? Y a mi novia? Qué cara le pongo yo a mi gente?...
Después de tres litros de sangre ya estaba "acomodada" en la 201, en la planta de nefrología... porque en oncología no había camas. A dios gracias.
Esa noche conocí a Fátima, una de mis enfermeras prefes, y a Lidia, mi compañera de habitación los primeros 3 días.
Esa noche no pude dormir pero no me importó.


(...)

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