El norte

Dejé atrás mi orgullo. Dejé que alguien me sirviera una última copa y tan sólo me dejé bailar. Por la luz, por el ritmo, por la marea de decenas de cuerpos candentes, confusos, ebrios, equivocados unos con otros. Y contra otros.
Dejé que se dibujara en la pared mi espanto.
Ya no me daba ningún miedo. Todo se transforma.
Fruncí el ceño y me adentré. El hielo ya se había derretido y aquello me sabía a poco. Poca cosa, todo me sabe igual.
La misma canción toda la noche? A mi me sonó similar. No tenía ganas de bailar, ni de reírle las gracias a nadie.
No terminaba de entender qué coño hacía allí, así.
Me quise ir.
Y me fui.
Y me senté a mirar el cielo. Y encontré una razón perdida entre mis nubes. Y me la creí. Y volví al punto exacto en el que había decidido irme y no regresar.
Con copa nueva, mucho hielo. Las mismas caras borrosas, el mismo olor a noche sin luna. El mismo motivo y un grado más de locura, si cabe.
La misma sentencia entre manos, entre piernas y entre cejas.
Quise volverme a ir.
Y sin casi darme cuenta todo comenzó a desvanecerse.
Esa copa se acabó... se borraron del inicio todas las caras que tanto me sonaban... me dejé a alguien atrás, probablemente. Qué más da.
Caminé firme. Sin dudar ni del paso hacia delante ni del que se quedaba atrás.
Con aquella sensación tan clavada dentro de mi que me decía "Que no, que no y que no"... Pero yo continué. Y como en un mal sueño, de esos en los que corres y no avanzas, en los que de repente te desnudas sin querer en mitad de gran vía a las cuatro de la tarde... como en un mal sueño, me vi perder.
Y perdí.
Y sentí tantísima tristeza... sentí esa fuerza tan intensa, pero del revés.
Y desde entonces... desde entonces yo no sé dónde me queda el norte.